El asesinato en cualquiera de sus formas no admite demasiados análisis. Matar al prójimo siempre significa una degradación de nuestra especie, pero cuando mata el Estado, la inmoralidad toma dimensiones de desamparo.
Si los muertos son jóvenes, el que se desangra es el futuro, porque cada joven es imprescindible para construir otro país.
Si esos jóvenes son asesinados por mera sospecha o presunta peligrosidad, uno no puede dejar de militar la sospecha de una policía educada para sacarse de encima a los pobres a como de lugar. Si la chapa de impunidad les otorgará el vericueto legal para gambetear la condena, la tristeza se vuelve asco. Si el asesinato fue consumado por la espalda entra a tallar la más miserable de las cobardías.
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viernes, 7 de noviembre de 2008
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